El nombre de Johannes Kepler tiene un enorme reconocimiento universal por sus grandes aportaciones a la ciencia. No se sabe tanto de ella, pero Katharina Kepler, la madre del ilustre astrónomo austríaco, fue un personaje singular y por lo menos tan interesante como su famoso hijo. Polémica, pendenciera y pésima madre, se ganaba la vida haciendo pócimas. Ya en su vejez fue perseguida y encarcelada por bruja. Su hijo se desvivió por demostrar su inocencia. Se pasó seis años tratando de usar su ganado prestigio como matemático imperial para salvar a su madre de la hoguera. Llegó a conseguir su liberación pero al cabo de poco tiempo la anciana falleció.
Kepler trabajaba a las órdenes del emperador Rodolfo II. Después de un matrimonio de conveniencia, tras la muerte de su primera esposa se casó en Linz donde vivió buena parte de su vida (Rathausgasse 5), con Susanne Reuttinger, con la que tuvo siete niños, de los que tres fallecerían muy temprano. Mientras vivía en Linz publicó su Harmonices mundi Libri (1619), cuya sección final contiene otro descubrimiento sobre el movimiento planetario (tercera ley de Kepler: la relación entre la distancia al Sol de un planeta y el tiempo que tarda en completar una órbita es una constante) y trabajó duramente en el estudio de las Tabulae Rudolphinae, que durante más de un siglo se usaron en todo el mundo para calcular las posiciones de los planetas y las estrellas.
Estatua de Katharina en Eltingen |
Su madre, Katharina Guldenmann, una persona muy especial, llevaba una casa de huéspedes, era curandera y herborista. Cundió el rumor de que Katharina tenía trato con espíritus malignos. Los vecinos recordaron que a Katharina la había criado una tía suya que había terminado sus días en la hoguera por bruja. Se supo también que en una ocasión la señora Kepler le había pedido al diácono del cementerio de Eltingen que le permitiera sacar el cráneo de la tumba de su padre, que quería bañar en plata para ofrecérselo a Johannes como recuerdo. Por todo ello los vecinos la tacharon de bruja y dieron por sentada su mala fe. Uno afirmaba que su cojera se debía a que había bebido de una taza de hojalata en casa de Katharina, otro que al pasar por la calle junto a la señora Kepler había sentido un agudo dolor.
Kepler no tenía ninguna duda de la inocencia de su madre y estaba convencido de que el carácter brujeril que se le atribuía estaba amparado en un libro que había escrito el propio Kepler. En el librito, titulado Somnium (El Sueño), un personaje llamado Duracotus viaja a la luna impulsado por demonios. Para convocar a estos espíritus se valía de una invocación pronunciada por su madre, que era bruja. Aunque no se había publicado, una copia del libro se difundió y mucha gente no dudó en interpretar que aquello era un relato autobiográfico. Duracotus era el propio Kepler y si la madre del personaje era bruja, también lo era la señora Kepler. Añádase a esto que, en efecto, Katharina Kepler hacía pociones con hierbas, que no le caía bien a nadie por rebelde y pendenciera, y también hay que tener en cuenta que se atravesaba entonces un período de locura en que todo lo malo que ocurría se interpretaba como fruto de las actividades de las brujas. De ahí que el inocente cuento de Kepler fuese la puntilla para la condena de su madre.
Fue acusada de brujería. Kepler no tenía ninguna duda de su inocencia. Además, estaba convencido de que si su madre no tuviese esa cualidad de entrometida que hacía que estuviese permanentemente liada en trifulcas y en situaciones complicadas, posiblemente él no hubiese heredado la curiosidad que le había convertido en un genio de la observación y la síntesis.
Casa de Kepler. Linz |
En su última etapa Kepler sacó a relucir el espíritu vagabundo heredado de su padre. Abandonó a sus hijos y a su esposa Susanna en Sagan, para morir lejos de su familia. Llegó a Regensburg el 2 de noviembre de 1630 y el día 15 murió. Cuatro días más tarde fue enterrado en el cementerio de San Pedro. Aunque no se conserva la lápida (muy pocos pudieron leer la inscripción pues su tumba fue destruida en 1632 por el ejército sueco durante la Guerra de los Treinta Años), el célebre astrónomo escribió su propio epitafio (“Mensus eram coelos, nunc terrae metior umbras; Mens coelestis erat, corporis umbra iacet”):
"Medí los cielos, ahora mido las sombras
del cielo era mi mente, en la tierra descansa el cuerpo"